¿Apellido?

Hoy, 17 de Febrero de 1999 no tengo dueño. Hace dos semanas que nadie me compra. Algo pasó y nadie puede comprarme. Si tan sólo fuera un López o un García... pero no. Soy Anchorena. Cualquiera de mis colegas pueden ser comprados. Pero yo no. A diferencia de mis pares ofrezco beneficios, ofrezco prestigio sin importar qué apellido haya tenido anteriormente.Todo humano que me compre aparecerá inmediatamente en el mas alto nivel de la sociedad.
Hace 500 años que la gente me compra para ser “alguien “. Gente muy diferente pero con algo en común: la ambición. Gente que quiere tenerlo todo, y en definitiva, yo soy eso: el que les da todo.
Pero además de ser todo lo que soy, tengo una maldición que sólo se cura con la muerte.
Como estrellas de rock mis clientes subieron a lo más alto, conocieron el mundo, la noche, la gala, los mejores hoteles y las mejores putas. Conocieron también las ganas de morir.
Como buen vendedor siempre hablé de lo que puedo ofrecer pero nunca de lo que no. Nunca mencioné que no hay felicidad ni tristeza en mi apellido. Que estoy vacío de calor. Que soy sólo un nivel social. El más alto, claro. Tampoco mencioné que una vez que se me compra no hay devolución. Pero todos mis compradores creen que lo que no digo no importa. Total, lo único que tienen en el dinero es ambición convencidos de que el dinero hace a la vida. No sabían de la libertad de sentir algo y estar con el pecho lleno. Creían que lo único que los liberaba era tener llenos los bolsillos como si fueran parte del cuerpo.
Hace dos semanas que mi humano consiguió morir y ayer leí en el diario algo que dejó de ser un rumor que viajaba entre algunos humanos. Leí publicada mi maldición. Es ley, desde ayer, que soy un apellido prohibido. Asi que, me jubilé inesperadamente. Para nosotros, no trabajar significa morir, dejar de existir.
Solo como siempre, salí a caminar para festejar lo que me quedaba de vida. Por primera vez, miré a mi alrededor detrás de mis lentes de sol. Me di cuenta de la guerra entre pajaritos y palomas, de que ya no hay más adoquines en las calles y los tranvías se convirtieron en colectivos de colores.
Me senté en una mesa al aire libre de un bar. Pedí un Gin Tonic y vi a una de los míos, sola igual que yo, leyendo el diario. De pronto levantó la cabeza, me vio, se puso colorada y me saludó.
En ese momento me di cuenta del tango que tenía en el pecho.
Le hice caso a mis piernas, mis manos agarraron el Gin tonic y me acerqué.
Le pregunté si me podía sentar con ella. Sus nervios movieron su cabeza en forma de Sí. Me senté, le pedí un Vodka con hielo, le miré las pecas y ahí dejé ser yo y me enamoré.
Hablamos del rumor publicado para sacar el tema de la mesa y hablamos como humanos enamorados. Le expliqué que es una maldición que tiene mi familia para enseñarle algo a los humanos.
Ni ella ni su sonrisa me juzgaron.
Me contó que se llamaba Fernández. El apellido más simple y amistoso de todos nosotros. Hablamos de todo el trabajo que tiene por la cantidad de compradores que hay. Me contó de su cansancio y de sus ganas de enamorarse.
Simulando tener que hacer un llamado telefónico desde la barra la dejé esperándome. Tuve que hacerlo y dejar ahí todo mi amor sentado. No tengo tiempo para el amor y ella tiene todo el tiempo del mundo.

Y así son las cosas para este Apellido. Voy a morir en 45 horas y me siento más vivo que nunca.